Jorge Alberto Hidalgo Toledo
7 min readMay 4, 2024

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Ahora que hemos pasado el puente, puede ocurrir cualquier cosa
Jorge Alberto Hidalgo Toledo

Jazzy, groovy, bebop, hip, beat; jazzy after all… Jazzy, after all this years. Así, con ese groove desenfrenado, se nos revela de forma íntima en el horizonte, esa figura onírica de un joven provinciano recién llegado de los campos de St. Paul en Minesota. Deslumbrado por la riqueza y el poder, su sensibilidad estará matizada por el rechazo, el desdén y ese necesidad tan suya de convertir lo común, lo trivial y pasajero, en algo nuevo, singular y perdurable. Sus días serán contados como los años del jazz, de las grandes fiestas y la violencia. Su generación será tan vieja como para sentir nostalgia por ella; habremos de añorar aquellas reinas de la promoción y los héroes del football en Yale. Rindamos pues un homenaje a aquel hombre que sentía una gran inclinación hacia la autodestrucción; a aquél cuya audacia innovadora mereció recibir de T. S. Eliot la consigna: “su obra es el primer paso importante que había dado la novela americana desde los días de Henry James”; olvidemos pues un poco nuestros años para recordar a aquél cuya obra no se olvida: al maestro, Francis Scott Fitzgerald.

Mucho podría escribirse de él, pero quizá nada lo define tan bien como aquellas líneas con las que abre su novela El Gran Gatsby: “Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien, ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas”. Y efectivamente, pocos han tenido sus ventajas, muy pocos se pueden dar el lujo de haber respondido al asfixiante clima de la posguerra, al hiperconservadurismo bañado de intolerancia y al materialismo de la era del presidente Woodrow Wilson, con una actitud disidente, desesperada y decadente como la que poseía Fitzgerald y sus compañeros de la generación perdida.
Fitzgerald, ofreció con su obra el Gran Gatsby, una visión diferente de la juventud de sus tiempos empañada de jazz y depresiones económicas. Con ésta, puso de manifiesto la fragilidad de la historia, al describir la búsqueda cínica de riqueza y placer en un mundo donde la belleza y la riqueza se desvanecían tan sutilmente como la moral de las “personas imprudentes” que la conllevan.
La vida moderna, empapada de consumismo, créditos y el incremento de la clase media, son parte de la desilusión que se vive en aquella Norteamérica individualista, “prospera” y empobrecida culturalmente.

Realización y Buena Vida
Scott Fitzgerald, aquél cuya conducta literaria está fundada en dura roca o en húmedos pantanos y que escribiera que “lo único que anhelaba era que el mundo estuviera siempre de uniforme y bajo una especie de marcial apostura; porque no quería seguir escudriñando las profundidades del corazón humano” no pudo dejar de escudriñar el suyo a lo largo de toda su obra. Sus anhelos de realización son muy parecidos a la insistencia de sus personajes por mantener una destacada posición social. Su personalidad, sí que estuvo constituida por una serie ininterrumpida de actos afortunados; algo brillante había en torno a él y su exquisita sensibilidad para captar las promesas de la vida.
Su temperamento creador, es un don extraordinario, una idea que siempre lo alentó y lo persiguió de por vida: “el viejo sueño de ser todo un hombre dentro de la tradición de Goethe-Byron-Shaw, con un toque de la opulencia norteamericana, una especie de combinación de J. P. Morgan, Topham Beauclerk y San Francisco de Asís”.
Su estética está plagada de esa visión interior de las posibilidades de la vida que sólo ofrece la fortuna a la gente rica que posee los medios para hacer de su vida lo que le es posible imaginar. No es gratuito que seis meses antes de morir le escribiera a su hija con relación a Gran Gatsby: “He hallado mi camino, de ahora en adelante eso es lo primero. Este es mi deber inmediato, sin eso no soy nada”.
He aquí su centro artístico; el camino esencial de sus logros literarios; la suma de sus preocupaciones y experiencias; la conquista moral iniciada desde la publicación de This side of Paradise (1920).
Su ilusión y afán de trascendencia es arrogancia pura y es palpable en la carta que escribiera a Edmund Wilson, dos años antes de que Scribner’s aceptara su obra para su publicación: “Si Scribner realmente la acepta, estoy seguro de que los críticos me harán famoso de la noche a la mañana. Creo de verdad que nadie podía haber escrito con más penetración que la mía la historia de la juventud de mi generación”.
Esa confianza, propia de su juventud, se transparenta a lo largo de su obra y es la misma que lo llevó a que las cosas sucedieran: a que él pudiera plasmar con fina pluma su interés en las “abortivas tristezas y cortas alegrías del género humano”; a que a los veintiún años –sus hombres- alcanzaran “una preponderancia tan ilimitada que, a fin de cuentas, para ellos todo tiene un sabor de vacío”; a mostrar a sus mujeres de “blancos trajes y sus inexpresivas pupilas, desnudas de todo deseo”.
Su “No se vive siempre, no se vive siempre” resuena aún en aquellos corazones que lo halagaron por decirles la verdad a cerca de sus sentimientos.
Toda aquella energía nerviosa guardada y no gastada en la guerra fue empleada como portavoz literario. Su interés por la influencia moral y social del dinero fácil de la época de la Prohibición y las problemáticas de la propia juventud recorren con vigor la mansión de Gatsby donde los “azules jardines, hombres y mujeres iban y venían, semejantes a polillas, entre los susurros, el champaña y las estrellas”.
Parte de su gran mérito estuvo en el rechazo a los tópicos y las convicciones de sus mayores, con la autoridad implacable e incomprensiva de un adolescente que es criticado por personas maduras en un mundo maduro.
Nick Carraway, como Fitzgerald, juzgará a la gente con la óptica de la decencia y el rescoldo moral que produce el ser oriundo del Oeste Medio. Su visión, cargada de tremenda confusión y desgarradura, hace de la emoción humana algo comprensible y mesurable; su percepción sutil y fascinante, nos permite entrever las complejas relaciones que se dan en la sociedad competitiva donde la imaginación del hombre se construye en el concepto “Buena Vida”.

Riqueza y Diferencia
“Los ricos son diferentes de ti y de mí” comentó alguna vez a Hemingway quien sólo pudo replicar: “Sí, tienen más dinero”. Su culto heroico por los ricos, se centra en aquellos que obtienen lo mejor de su oportunidad insólita de vivir la vida de la virtud con el máximo de intensidad imaginativa. “Estaba convencido de que la máxima elección moral a la que puede enfrentarse un hombre existía en su forma más completamente desarrollada entre los ricos: la verdadera, la elección factible entre la sutileza de percepción y de selección moral por una parte y la brutalidad del poder irresponsable, carente de imaginación por la otra”.
Luces, presentaciones olvidadas al momento, entusiastas reuniones de mujeres que nunca saben sus nombres, coches, enormes jardines, jamones curados junto a ensaladas de arlequinados dibujos, tocinitos de pastelería y pavos de un atractivo color dorado, son parte del buffet que ofrece el Nueva York de Fitzgerald; aquél que “empezó a gustarle por su chispeante y aventurera sensación nocturna, y por la satisfacción que presta a la mirada humana su constante revoloteo de hombres y mujeres y máquinas”.
La riqueza de Fitzgerald es esa crítica a la enorme irresponsabilidad que produce el refugiarse en el dinero, como si estuviera hablando de niños; como si el gusto por lo superficial simplemente fuera un matiz de la ignorancia y la cobardía para establecer relaciones auténticas.
La visión del paraíso narrada en El Gran Gatsby, parte de la soledad patética, del romanticismo sutil y la rebeldía ante el horror que produce la nostalgia. He aquí, “una galería de héroes vencidos por sus sueños infantiles de gloria” donde no hay más esperanza que la derrota.
La verdad literaria que persigue el narrador, no es otra que el engaño; la mentira que nos advierte que el pasado no se repite, que nos movemos como barcas contra la corriente y que es peligroso vivir los sueños. Una extraña pieza de jazz nos envuelve en el mítico nivel de la compasión, la simpatía y la complicidad. La sensualidad de las melodías y su patético romanticismo son parte de la liturgia de pasiones cuyos ecos magistrales se expresan en ese afán de gloria y eternidad que se buscan sólo en la transgresora plenitud cósmica de la juventud.

Vacío, ficción y un romántico egoísmo se siente en las renovadas ilusiones de su texto; un extraño magnetismo que nos hace ir de lo civilizado a lo salvaje. Su precisión obsesiva, la intensidad de su escritura, la feroz delicadeza de su forma hacen que el mundo de la finca de Gatsby esté en constante confrontación con el mundo real; un mundo que representa el principio de la decadencia; un mundo en el que “el arte no es inteligencia; pero sin la inteligencia el arte no es capaz de emerger por encima del nivel de la inmadurez perpetua” que le permitió sacar el mejor partido de su talento auténtico.
Ya el mismo Fitzgerald se pronunció ante su texto de la siguiente manera: “Mi libro es maravilloso” y no mintió; su deuda con la humanidad había quedado saldada. Su observación sincera y sofisticada se puede ver, sentir y escuchar a lo largo de toda la novela. Sin lugar a dudas estamos ante algo nuevo, extraordinario, hermoso, simple y siempre vivo en los terrenos del arte.
La corrupción tomada de la vida cultural y civilizada de la gente adinerada, nos han marcado, nos han tocado. Y es su mágica sugestión musical la misma que nos permite concluir como el mismo se expresara de Gatsby: “Ese hombre no tiene desperdicio. Es un éxito. ¡Qué perfección! ¡Qué realismo! Y sabe parar a tiempo, también, no ha cortado las páginas…”

BIBLIOGRAFÍA

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HOFFMAN, Frederick, La novela moderna en Norteamérica. Biblioteca breve, Seix Barral. Barcelona, 1955.
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MIZENER, Arthur, “F. Scott Fitzgerald. El gran Gatsby”, en La Novela norteamericana. De James Fenimor Cooper a William Faulkner de Wallace Stegner (comp.). Diana. México, 1970.
PEALE BISHOP, John y TATE, Allen, Antología de escritores contemporáneos de los Estados Unidos. Ed. Nascimento. Chile, 1944.
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STEGNER, Wallace, La Novela norteamericana. De James Fenimor Cooper a William Faulkner. Diana. México, 1970.

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Jorge Alberto Hidalgo Toledo

ExPresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y del CONEICC. Coordinador de Posgrados Comunicación en la Universidad Anáhuac