La primera modernidad mediatizó la ideología, la política y esto se materializó en los medios, la tecnología, la economía, la cultura y el consumo; en la modernidad tardía se pasó del capitalismo productivo a la economía de consumo y la comunicación de masas, de la sociedad rigorista a la sociedad-moda; en la tercera modernidad se vivió fiebre del presente, del aquí y ahora. En la posmodernidad se emancipó el individuo, se acabaron las utopías, la vida se empapó de frivolidad, ansiedad, euforia, vulnerabilidad y divertimento. La hipermodernidad colocó al individuo en perspectiva global; las prácticas sociales se tornaron inmediatas, excesivas, exageradas, desmesuradas, extralimitadas, hiperrealistas, hiperbólicas, transfronterizas. Hoy se viven en un continuum entre lo global y lo local, en una convivencia entre las condiciones protomodernas y las hipermodernas; la vida oscila entre las estructuras agrícolas, industriales, postindustriales e informaciones. Tiempo espacio se contraen, la rápida difusión de las ideas, bienes, informaciones y capitales permite la actuación a distancia. La interconexión global está confrontando a los gobiernos, las corporaciones, los colectivos y a los ciudadanos generando multibrechas. La transformación histórica de la racionalidad productiva ha mutado y hemos llegado a la era de los flujos intangibles. El Estado-Nación se encuentra en condición de fragilidad ante esta nueva geopolítica de la información en que los mercados se fragmentan y globalizan. La incorporación de las tecnologías de información y comunicación en los procesos de mediatización de la sociedad y la cultura ha provocado la aparición excesiva de soportes, interfaces y nuevos medios para la consolidación del consumo. Así tenemos un nuevo orden mundial mediático que liberalizó la economía de la información. Estamos en un centro comercial de orden global que impulsa el hiperconsumo hiperindividualizado. El sujeto es arrasado por una avalancha de mercantilización, desinstitucionalización y desregulación del mercado que se impone. La profusión de bienes, mercancías y medios saturó el planeta de productos, marcas y servicios. Desmesura, espectacularización, aglomeración y consumo lo abarcan todo. Los medios a su vez lo engranan y agrandan todo; maximizan la esfera del consumo. La racionalidad en la hipermodernidad es la de la acumulación y la rentabilidad en tiempo presente. Los metarrelatos se están desmoronando y por ende, las mentalidades se están remodelado constantemente. Los tiempos sociales, los esquemas de producción, los flujos de dinero, mercancía, trabajo y tecnología circulan por los terrenos de la búsqueda de sentido. Ahora nos encontramos en la era del fin de los tiempos muertos, del capitalismo en el que se comercializan los instantes, las acciones, las interacciones físicas y simbólicas de las personas. Nos encontramos en un momento histórico en que el capitalismo centró su atención en el ocio y el entretenimiento. En esta fase de la Sociedad de la Información donde las mentes e inteligencias se encuentran interconectadas, las interacciones y prácticas humanas se realizan con gran intensidad. La dimensión económica, laboral, comercial, cultural y social se están convirtiendo en flujos de información, manifestaciones deslocalizadas que convergen en una nueva arena pública. La globalización deconstruyó la geografía, convirtió al sujeto en nómadas en hiperconexión, beduinos recorriendo el desierto hipermedial. El espacio público extraterritorial e hipermediatizado ha resignificado la existencia. La materialidad simbólica de la vida mediatizada es la de la sustancia ingrávida, efímera, volátil, temporal, precaria, atractiva, seductora, obsesiva, desordenada, caótica e hiperindividual. La condición hipermoderna que impulsa el Capitalismo hip es la de lo inmediato, lo simultáneo, lo rápido, lo urgente. Los comportamientos anárquicos, el culto al cuerpo, la obsesión por el higiene, la salud, el hiperbienestar y la ausencia de dolor ha llevado a las personas a conductas desordenadas, desequilibradas, caóticas. Existe una tentación sistemática por la vida colectiva aún cuando el individuo vive inmerso en su propia solitud. Estamos ante la democratización de las tecnologías del bienestar, los mercados de la calidad, la erotización de la imagen, la estilización de los goces y la felicidad. La vida en red es una vida que busca extender los sentidos. Los tiempos hipermodernos son los del consumismo experiencial, los que transformaron la memoria en un espectáculo de entretenimiento que puede ser contemplado en tiempo real en la vida mediatizada. Ahora las personas se han encerrado en sí mismas, buscan la satisfacción inmediata, la gratificación permanente. La compulsión de sus acciones es la que renueva todos los simulacros y exorciza lo volátil. La explosión de identidades responde en parte a ese hiperconsumo experiencias en que emociones, recuerdos, nostalgias, momentos, épocas y personalidades se vuelven parte de los objetos de consumo. La crisis del hombre está en la crisis de los significados. He ahí donde surge este homo signis digitalis; sujeto en permanente búsqueda y construcción de sentido en el ciberespacio.